Quizás por eso, cuando conoces a Luis y vibras con cierta forma de ver el mundo, surge algo que te da la alarma de que estás ante una persona fuera de lo normal y que te va a aportar mucho más de lo que puedas llegar a darle tú a él.
Recuerdo un día, en su taller, que sobre uno de sus cuadros apareció un insecto que se fundía perfectamente con lo que él había dibujado. Se quedó mirándolo como si fuera un niño que hubiera descubierto un tesoro, pensando que era algo mágico y que ese ser había volado hasta allí atraído por la energía que desprendía aquel lienzo lleno de vida y de muerte. Es así como él siente las cosas.
Por eso cuando recibo esta foto no puedo evitar imaginármelo esperando que, de alguna manera y al igual que el resto de su obra, ese mural se convierta en un inmenso conjuro que atraiga hacia Michoacán esas riadas de mariposas que están en peligro de extinción y que constituyen un verdadero patrimonio, no sólo para esa zona de México, sino para el mundo entero.
Ésto sólo puede suceder cuando los objetos que salen de la mano del pintor han atravesado primero un alma transmutada por una alquimia precisa que tiene lugar en aquellas personas que se dejan llevar sin contemplaciones por la magia de la naturaleza.